martes, 26 de febrero de 2013

Una conversación rutinaria

Yo ayer comenté que hago demasiadas cosas, y que sigo con la esperanza de que Proyecto Uno en algún momento tenga razón, y el día se extienda aunque sea una hora más. No sé muy bien qué decir cuando me preguntan "¿y tú qué haces?"

- (Después de un suspiro que dura como cinco minutos).... Bueno, mira, yo me gradué de Comunicación Social, edito bodas, hago un curso de locución, estoy en un taller de teatro musical; de hecho, tengo más o menos 15 años haciendo teatro, porque mi hermana me inspiró a hacerlo... Historia larga, que se resume en: hago de todo un poco, siempre y cuando me guste o me parezca interesante. No lavo, ni plancho, ni cuido muchachos, y no sé si jamás te montaré cachos (si alguien entendió esto, lo invito a recoger su cédula). 

Y bueno, como toda persona normal, intento ir al cine, o compro las películas y las veo en mi casa. Veo televisión, me burlo de lo que veo, navego por internet, posteo en mi blog y en otro blog.

- Ay, chica, pero tú sí que haces cosas. ¿Cómo te da tiempo? Yo no entiendo cómo haces, a mí de broma me da tiempo con la universidad y esto que estamos haciendo ahorita. 

- Bueno, uno resuelve....

- Mmmm... increíble ¿no? 

- Sí, y lo mejor/peor/indefinible del asunto es que ahora voy a ser profesora. 

(Suenan los grillos. La persona en cuestión me mira de arriba a abajo, siempre se concentra en mi franela, no por mis atributos, sino porque siempre es una franela rara)

- ... Ah, te vas a poner seria. 

- No, voy a dar una materia electiva del Cine de Tim Burton. Para eso uno no puede ser demasiado serio, sino correcto. 

- ¿Y te vas a poner tacones? 

(Suenan los grillos con más fuerza, y yo miro incrédula a mi interlocutor/a)

- No. Yo me voy a vestir como me visto siempre, pero voy a dar clases. 

- Ah.... Vale. (Pausa dramática de 30 minutos. Después de 3 cigarros y una lata de Coca-Cola). ¿Y te vas a hacer las uñas?

- ...

- Jodiendo, jodiendo. ¿Cuándo empiezas? 

- El 11 de marzo. Ese día me voy a convertir en una profe. 

lunes, 25 de febrero de 2013

And the Oscar goes to... The Falling

En el post anterior publiqué algo bastante denso para el objetivo de este blog, así que volvamos un poco con el ambiente "lais" (light) de esta taguara, porque si no, vamos a convertirnos en el asesino en serie de The Following, y encontraremos en la depresión de Colibritany (porque evidentemente su dieta del brócoli hervido nunca le va a funcionar) la más absoluta belleza. 

Pues bien, yo por lo visto siento que tengo gasolina infinita en mi cuerpo, y por esa razón hago y sigo haciendo cosas, a pesar de que el día sigue teniendo 24 horas (lo siento, Proyecto Uno, seguimos en la espera) y la semana dura los mismos 7 días. A pesar del absoluto cansancio que implicó participar en la inauguración del Festival de Teatro de Caracas - estuve en el centro durante 12 (se lee doce) horas aproximadamente - yo me acosté tarde ese día, y me levanté "temprano" porque tenía que ensayar. 

El mejor ensayo de mi vida. Incluyó alcohol como búsqueda actoral. No estoy promoviendo el alcoholismo y los vicios varios dentro del ejercicio de este arte, eso sería redundante. Simplemente me pusieron a beber para entrar en el mood. En fin, que luego de eso me reuní, como la mitad de mi timeline de Twitter, a ver los premios de la Academia. 

Y, lo siento. A ese programa le faltó guaguancó. Lloré con "One Day More", porque ahorita tengo sentimientos muy cercanos con esa canción en específico. De resto, todo me pareció muy normal. Hasta predecible. Muchísimo mejor estuvo mi querido Hugh Jackman cuando le tocó a él. 

Y entonces tuve una epifanía...Vi demasiadas películas, por lo tanto ya sabía quién iba a ganar y quién no. Y allí fue cuando todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí. Porque a mí me encanta indignarme con las decisiones de esa gente, a mí me encanta votar pasionalmente y no sabiendo quién va a ganar realmente (ja, qué aplicable para otros aspectos de mi vida como venezolana). A mí me encanta el drama y mentarle la madre a los panitas que representan al don dorado que todo actor/productor/director/etc. desea. 

Quedé de tercera en la quiniela este año. Súper aburrido. No armé rollos, no me indigné. Así no es tan divertido.

Llegó un punto en que estaba tan aburrida que ya me había lateado con Morfeo y estábamos entrando en segunda base, y entonces vino Jennifer Lawrence a inmolarse con esa hermosa caída. 


Y fue lo mejor que me pasó en la noche (eso, y el comentario de un amigo que explicó por qué Meryl Streep dijo el nombre de Daniel Day-Lewis tan rápido). Lo mejor de la noche fue esa caída e imaginarme el terror de Hugh Jackman (el único humano que se apiadó de ella) cuando la vio en las escaleras: 



"¿Dónde están los guías de esta vaina? ¡Alguien que la ayude! ¡Se escalabró la muchacha! ¡Traigan mertiolate pa' las rodillas de la niña!" 

Priceless

Gracias, gordita, por ponerte un vestido que sabíamos que no ibas a lograr manejar. Yo también me hubiese caído, y también me hubiese quedado en las escaleras esperando el auxilio de Wolverine y de Bradley Cooper. Eres una genia por eso. 

Y gracias, Meryl, por sacarte la pantaletica después para salvar a tu futura pupila. 

Adoro a los artistas y su falta de glamour. 

Ciertos reencuentros de fin de semana

Yo sufro de ansiedad. Y eso, sin duda, es algo hereditario. Mi madre es más nerviosa que cualquier fanático de fútbol en penales, y he luchado contra eso, pero últimamente me resulta demasiado difícil no ser presa del miedo y que eso me domine. Y lo detesto. 

Una dramaturga/cantante/actriz/directora/todera venezolana, llamada Mariana Cabot, escribió hace un ratito una obra donde había un personaje que describe mi situación al pelo. En verdad casi todos me describen, pero hay uno que se deja consumir por la inseguridad y todo el asunto. Y en verdad, me he dado cuenta de que ya casi ni salgo de mi casa, porque me da miedo. Porque tengo que calcular a qué hora más o menos estaría regresando, para saber qué tan cerca de mis cuerdas vocales estarían mis ovarios al momento de salir de algún sitio. 

Y hay gente que no es así, y yo eso lo aplaudo. Y por un rato, durante la semana pasada, me permití no ser así. Resulta que participé en la inauguración del Festival de Teatro de Caracas. Una cosa maravillosa, a mi parecer, porque pone el teatro al real alcance del público.

Y yo lo asumo dignamente, yo tenía muchísimo tiempo sin ir al centro de mi ciudad, porque ahí me pierdo, todo me parece igual y no distingo nada. No, no es sifrinería, es que en serio he tenido las cosas bastante cerca, y yo duermo mucho: ir al centro implica despertarse temprano. Ya lo había visitado antes de esta oportunidad (antes y después de los respectivos cambios), pero ahora tuve más tiempo de detallar ciertas cosas. 

Y me revolví. Por un lado, el proyecto de convertir el centro de Caracas en "Ciudad Teatro", me parece hermoso. Los teatros más hermosos de mi ciudad (sin ofenderse, Teresa, sabemos que tú eres la reina del arroz con pollo con toda esa majestuosidad) están allí. Les hicieron tremendos cariñitos a esos panas. Están hermosos. 

Y por otro, no dejaba de mirar a los lados. De esconder mi cartera. De revisar los mensajes del celular dentro del bolso. Y eso lo hago en todas partes. Y me sentí mal, porque le agarré un miedo terrible a una ciudad que todavía tiene cosas por ofrecer. Y me di cuenta de lo encerrada que estoy en un sitio que tiene cosas tan bonitas. Escuché comentarios tontísimos, otros absolutamente oportunos. Pero el estómago revuelto era conmigo misma, con mis prejuicios, con mis miedos y mi estupidez. Con mi absoluta incapacidad de arriesgar(qué raro, Patricia). 

Y luego me dejé de tonterías y me disfruté la experiencia. Gritar "¡Zamora!" a todo gañote, en el teatro Municipal, con un montón de gente aterrada porque me veía así: 


No tiene precio. 

Y regresé contenta a mi casa, porque sentí la bienvenida de una zona que pensé que me rechazaba (recíproca la relación)  y brindé por ella con un vino al final de la jornada. Terminé ese día dándome un chance para respirar ese ambiente y sonreírle de lejos a una chama que conocí hace tiempo, esa pana a la que no le importaba demasiado pensar en la violencia de su ciudad. Y me sentí un poco más tranquila. Y me dije: capaz, capaz y nos podemos llevar mejor. 

Sólo por ese día, decidí no revisar los titulares de ningún periódico. 

lunes, 18 de febrero de 2013

Mientras el celular siga en coma...

Si hay algo que debo agradecerle a mi comatoso celular es la oportunidad que me dio de desconectarme un poco del mundo. Estaba absolutamente adicta al aparato ese, y probablemente cuando vuelva continúe mi adicción - porque eso de los vicios a mí se me da de un bien - pero por ahora, me siento casi liberada. 

De no ser porque mi trabajo implica una computadora, y porque tengo el vicio (sano o no) de escribir y postear, me sentiría casi libre de los códigos binarios. Ya en algún momento dije que mi Internet apesta, y por tal razón yo no disfruto ni conozco de las artes de la piratería cibernética al mismo nivel que mis congéneres. A saber: no puedo usar Cuevana o cualquier otro medio para adelantarme a la retrógrada programación de mi país, y estar al día con la cartelera cinematográfica del mundo real (ese donde las cosas están al día), ni mucho menos de las series. 

Por eso recurro a viejos métodos de entretenimiento. Es decir, compro las películas, las pido prestadas o leo libros. Y durante carnavales pasó algo maravilloso: fui a la playa. A mí se me había olvidado lo que era ese sitio. Cuando regresé de Inglaterra estaba casi tan transparente como un papel celofán, y diría que medio verdosa. Fui a la playa, y la excelente gestión de Corpoelec me regaló unos apagones gloriosos que nos hicieron devolvernos. 

Desde Semana Santa del año pasado no iba. Aquello me parecía la tierra de los Munchkins cuando Dorothy abre la puerta de su casa después del tornado. Recordé lo que es, en efecto, relajarse y ponerse cual teja al sol. Una cosa increíble eso de las palmeras, la arena y el mar. No tan increíble las bombitas de agua, y el gentío. Me siento un poco estafada por Celia Cruz, ella en ningún momento habló de eso en su canción. Celia, querida, si la vida es un carnaval, debiste advertirnos de la gentarada buscando un puesto con su toalla y peleándose por las tumbonas a la orilla de la piscina. Pero te lo perdono, porque eres tú. 

Además de trabajar de noche (siempre lo he hecho así desde que trabajo en la casa), decidí que ciertas noches las dedicaré a mi educación audiovisual, y por eso veré películas que siempre he querido ver, o me daré el chance de volver a disfrutar de una serie. Y entonces retomé Grey's Anatomy y todo mi propósito su fue al caño. Lo intenté con Glee, y ya no hubo vuelta atrás. 

¿Qué pasó ahí, mis reyes? Shonda y Ryan tuvieron tremendos rollos en sus vidas para que esto pasara. No entiendo cómo es que los gringos se burlan de las telenovelas latinoamericanas, y hacen lo que están haciendo con McDreamy y su combo. Además, asumamos con dignidad que no tener Mark Sloan implicó la renuncia de muchas fanáticas. Demasiada matazón. Lo que le falta a Meredith es quedar paralítica e ir presa. Porque ya el bebé lo perdió una vez. 

Y con respecto a Glee, su calidad es inversamente proporcional al color natural de piel de Lea Michelle. Reinita, gorda, cuchi, mi amor... Déjalo ir. El fake tanning y la serie. Nadie llega a ninguna ciudad tan reconocida como NY y trabaja en Vogue porque se viste bien, Ryan. Nadie. Y, lo certifico, nadie  - bueno, ninguna mujer heterosexual - estudia teatro musical y se consigue un novio como el actual arrejunte de Rachel. Eso va en contra de la naturaleza del género (la gente que estudia teatro musical entiende a lo que me refiero). 

Decido irme entonces por el celuloide. O bueno, el DVD. Y pongo Lincoln. Me desperté esta mañana sin saber qué había pasado. Recuerdo que iban 40 minutos de película y no había pasado nada. Asumo que mi cerebro se apagó como medida de seguridad ante tanto aburrimiento. 

No fueron buenas elecciones. Pero al menos vi Beasts of The Southern Wild y Les Miserables. Y eso ya me preparó para la alfombra roja. 


miércoles, 6 de febrero de 2013

Siempre será extraño

Resulta que yo me estoy haciendo cada vez más vieja. Hace más o menos una semana fui a la UCAB porque tenía que reunirme con una nena (la pobre no sabe de quién fue víctima) que me pidió asesoría para su tesis. Sí, alguien en el mundo piensa que soy lo suficientemente seria y coherente para dar consejos académicos. 

Y volver a la católica siempre será una experiencia súper extraña. Todo sigue prácticamente igual, en esencia. Exceptuando que ahora hay una biblioteca supersónica atendida por robotina, y que estaba  en el primer ladrillo cuando yo estudiaba ahí. Exceptuando el hecho de que ya nadie me conoce ahí, porque... yo fui estudiante de la UCAB hace 11 años...  Hace 11 empecé en Letras y hace 10 me cambié a Comunicación Social. Evidentemente nadie me saluda en ninguno de esos rincones, salvo contadas excepciones casuales. 

Y entras en trauma, inevitablemente. Te da como un sustico cuando sabes que alguien te pide consejo, porque es que, bueno, tu tesis tal cosa. Ya luego de un rato te das cuenta de que tu (mi) tesis fue un arrebato de locura, producto de una necesidad de sentir que se hizo algo útil, y al final sólo se convirtió en un asesinato masivo a los árboles del Amazonas. 

Y entonces te conviertes en una nueva dentro de una Universidad que viviste por doce horas diarias durante cinco años. Y te vas a algún banquito que quede frente a módulo 4, porque acabas de comprarte un Nestea y es lo que queda más cerca. Porque ya la torta de chocolate con chocolate y más chocolate está demasiado cara. Y entonces te sientas ahí, solita. Y escuchas las mismas conversaciones de siempre. Un pana explicándole a una amiga que es normal su reacción en la primera fumada de marihuana, una despechada por el tipo que no le para, lo negro del alma de tal o cual profesor. 

Y te reflejas. Te ves reflejada, de alguna forma, en cada persona. Incluso en los que ya vuelven a tener el jardín cercano a la biblioteca para darse amor o armarse una escenita. Y te acuerdas de tus escenitas, de tus preocupaciones, de la terrible angustia por algún asunto emocional (en mi caso, la angustia académica nunca estuvo de primer lugar). 

Y llega un día como ayer, y cumples cuatro años de graduada. Cuatro. Y todo el mundo se pone cursi, y te recuerda con cariño. Ese día se acuerdan de ti. Y te das cuenta de que evades el espiche de alma que implica no tenerlos en el día a día. Y te construyes la coraza. Y escribes cosas cómicas. Y te angustias porque estás vieja. Pero agradeces que no sean todavía cinco años. Los múltiplos de cinco tienen como una carga más heavy

Y así cumples cuatro años de graduada. Y no los celebras porque tu estúpido celular juega con tus sentimientos más de lo que lo puede hacer el personaje de turno. Porque muchos se han ido, porque te escondiste y de repente nadie sabe donde está mucha gente. Porque todos cambiamos, porque todos somos más tecnológicos, y en el fondo, seguimos siendo lo mismo. 

Y entonces te levantas del banquito, agarras camino a tu casa. Y ya, al día siguiente haces otra cosa.