jueves, 2 de mayo de 2013

Viajando en Macondo

Odiseo es una jeva. Lo siento por Homero, por toda la base de la cultura occidental, por todas las clases que puedo haber recibido (y dado) sobre el viaje del héroe. Ese carajo es una jeva, una mamita quejona. 

He aquí la exposición de motivos de tan hereje aseveración. 

Resulta que una persona como yo, de clase social media, no tiene tantas bodas a las cuales asistir. Yo soy una arrocera virtual, porque me disfruto todas las bodas de la clase alta Caraqueña sin necesidad de estar invitada. Porque las edito. Lero, lero. 

Pero en estas ocasiones extrañas en las que algún conocido (en este caso una prima) deciden lanzarse al agua, una te me tiene que aprovechar e irse al jolgorio, donde quiera que éste sea. No por el jolgorio en sí (aunque eso tiene su peso, porque es necesario echar un pie matrimonial de vez en cuando), sino por lo especial de la ocasión. 

Pues bien, el anuncio se hizo con el tiempo suficiente, los pasajes se compraron con la prudente antelación. Todo estaba saliendo cual lo acordado. Y entonces todo se vino abajo, porque volamos en Conviasa. 

El segundo "resulta" de todo este cuento tiene relación con el origen de mi familia materna. Resulta que mi madre es de Valera. Y ahí es donde se hizo la bailanta. Pero para ir para allá, uno tiene que venderle su alma a Hades, las de los demás familiares, las de los no concebidos y las de los parejos de los no concebidos. Porque sólo tienes la oportunidad de ir en tres días específicos. 

Entonces, nos levantamos temprano. Nos levantamos demasiado temprano, y bajamos al aeropuerto con la esperanza de no vivir un restraso demasiado fuerte. 

- Buenos días, cédula de lo pasajero (si, sin "s"). 

Esta hija menor entrega las cédulas respectivas, y procede a esperar los boarding pass. 

- Disculpe, señorita, ¿A qué hora está estipulado el despegue? 

- A las 11. 

Mi madre comienza a armar la guarimba y saca la bandera, coloca las cornetas en el mostrador y se dispone a vociferar "Cada vez son miles, y miles y miles...". 

- Madre, quédate quieta. 

Una vez todos registrados, procedemos a pasar al área de sala de espera... A echarnos los cuentos, porque no queda de otra. Eventualmente, miramos la pantalla del registro y estado de los vuelos. El nuestro se retrasa una hora más. Sucede lo inevitable: saco mi doña interna a relucir, nunca antes vista, según los testigos. 

- Yo te digo, de verdad, que se perdió el respeto. Esto en mi época no era así, chica. Porque una te me viajaba con clase, con glamour, con calma. Porque mí papá trabajaba en Aeropostal y yo te me viajaba en la cabina, con el piloto.

La familia estalla en risas y comprendo que de ahora en adelante es mi deber improvisar un Stand Up para hacerles la espera más llevadera. 

La pantalla nos había mentido. El vuelo no se retrasó una hora, sólo media. Nos montamos en la camionetica con alas que era ese avión. Sólo faltaba una aeromoza diciendo "Buenas tardes, señores pasajeros, yo vengo a pedirles una colaboración..."

Muy bien, el avión no llevaba niños llorones y todos íbamos sentados con personas del mismo núcleo familiar, así que no tocó doña conversadora, ni don con ronquidos e invasión de espacio personal. 

Una hora después: 

"Buenas tardes señores pasajeros, les informamos que tendremos que maniobrar por 20 (se lee veinte) minutos más, mientras esperamos a que otro avión logre aterrizar. Las condiciones climáticas están complicadas, y de no poder hacerlo, tendremos que devolvernos a Maiquetía". 

¿A MAIQUETÍA? Se escucha entre improperios varios. Pasan los veinte minutos. Nos devuelven. La madre del piloto, del que le puso el nombre de Conviasa a Conviasa, de la aeromoza, de toda la compañía, comienzan a salir a bailar a medida que las van mentando. 

Luego del silencio incómodo, del asombro, de buscar cámaras escondidas, aterrizamos. El piloto nos da la bienvenida y nos desea feliz tarde. Yo pierdo los papeles y me bajo de aquel aparato que vuela como si el cielo tuviese policías acostados, con una furia indescriptible, porque me acaban de dar la vuelta en U más grande de toda mi vida. Una vuelta en U aérea. 

Nadie aparece, todos parecen ver a kilómetros de distancia a mi mariposa en el cuello, reluciendo sus colores por mi nivel de histeria. La gente comienza a vocalizar para comenzar a cantar alguna canción de marcha. Nadie se queda quieto, todos se quejan. La frase del momento es "por eso estamos como estamos.". 

Llegamos a las correas para recoger las maletas (sí, nos mandaron a hacerlo) y nadie aparece. Mi madre y yo procedemos a buscar a alguien, así sea un cono de seguridad (tienen los mismos colores de la compañía) para que nos explique cómo demonios haremos ahora. La respuesta es obvia: 

- El vuelo sale mañana [día de la boda] a las 8. 

- ¿Cómo el de hoy, gordito? ¿Cómo hacemos si yo me caso mañana?

Y de repente me convertí en la wife-to-be de todo el asunto, y estaba por dejar plantado a mi novio. Mis familiares no volverán a preocuparse porque soy artista. Se dieron cuenta de que un artista en la familia es útil, porque les resuelve, con sus inventos, situaciones de crisis. 

Sí, por las siguientes 10 horas (leen bien), yo me convertí en la novia desesperada que iba a dejar a su novio plantado en el altar. Mi novio valerano, que, según un señor, debía llamar para explicarle la situación y que no me fuese a dejar por otra. 

El drama logró sus objetivos, a medias, pero los logró. Estuvimos demasiadas horas en el aeropuerto, comimos sentados en el piso (algunos) y otros (como mi madre) nos antojamos de comernos un heladito. 

Entonces, para matar nuestras ganas, nos dirigimos a la heladería del recinto, y, cuál es nuestra sorpresa al ver al encargado haciéndose un facial frente a la máquina cafetera. A saber, se extraía de su nariz unos higieniquísimos puntos negros. Entonces corrimos. 

Nos montamos en un avión hacia Maracaibo, pero a las 12:30 A.M.(Estaba pautado para las 10:40 P.M.). Llegamos a la tierra del sol amado a las 2:00 de la madrugada, arrastrando nuestros cuerpos hacia un hotel en donde descansan los restos de Al Capone. Demasiado dinero y putas por todos lados. Bello el hotel, sospechosamente bello. 

Y entonces se fue la luz. 

Y luego volvió, nos dieron la llave de la habitación y subimos a, finalmente, descansar. Error. La habitación que nos tocó estaba desordenada y sucia. Llamamos para pedir cambio. Los encargados, muy apenados, nos dieron una nueva, pero en ésta las llaves no servían, así que no pudimos entrar. 

Entonces llamamos al botones, para que nos resolviera la situación. Y vino con una llave tradicional (las que nos habían dado eran de tarjeta) a abrirnos. 

- Señor, y ¿no nos darán una para nosotros? 

- Ay, señorita, ¿para qué? Si ustedes lo que van a hacer es dormir. 

Vete, tienes razón. Quiero dormir. Son las tres de la mañana. 

Logramos irnos, un señor nos buscó en el hotel y nos fuimos por tierra a Valera. La esperanza del descanso se vio truncada por la capacidad de discurso del conductor. Nunca, nunca se quedó callado. 

Y llegamos muertos a arreglarnos y salir a la boda. Y lo logramos. Y vi a mi prima y lloré desconsoladamente, y ella también. Y volví a llorar en la hora loca. Porque yo la quiero, y todo esto lo hice por ella. 

Así que, Odiseo, eres una jevita. Porque si tu hubieses viajado en Conviasa, nunca hubieses llegado a Ítaca.

1 comentario:

Freddy Metal dijo...

Je je je... que bueno que sobreviviste para contarlo. Un abrazo, Patti.