martes, 27 de septiembre de 2011

Off to see... The Wizard?

Evidentemente, ahora es cuando tuve tiempo para postear algo coherente (o no). Este mes ha sido una locura, en demasiados sentidos. No he tenido tiempo de nada, no he tenido tiempo de digerir todo lo que me ha pasado. Esto es una locura, una locura que empieza ya, hoy. 


Yo estoy en negación todavía, y eso de viajar por 10 horas en un avión a mí no me parecía posible, ni todavía me lo parece. Esto parece el corto de Dalí que hizo para Disney (por lo surrealista, por lo de los sueños, porque definitivamente soy tan pendeja como las historias de Disney y porque ese corto tiene demasiado estilo). 


Lo más difícil es despedirse. Es ese abrazo que no quieres que termine. Ese momento en el que, de verdad, necesitas que los relojes se derritan y tengas tu momento cursi de Hollywood en donde el fondo se va a cámara lenta y te quedas ahí, abrazando, sin más. Ese jodido momento de mirar a los ojos, y llorar pa' adentro y pa' afuera diciendo: "Tengo miedo". 


Yo todavía no proceso nada de esto. Las maletas están ahí, afuera de mi cuarto. Voy a pagar por el sobrepeso, eso es algo a lo que estoy ya acostumbrada. Yo no sé qué sentir. En serio. 


Yo hoy no puedo bajarle dos a la vida. Porque todo, todo saturó de repente.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Yo no compro pan.

Esto de no tener tiempo para postear me está volviendo un poco loca. 
Ya, afortunadamente, vengo bastante adelantada con muchos de los trámites dementes que tengo que realizar para poder irme, sin embargo, siempre están esos pequeños detalles que se escapan de la memoria, y que recuerdas justo cuando pasaste la taquilla en donde te sellan el pasaporte. 


En todo caso, ya comenzaron las despedidas. Hace unos pocos días, me rehusé a despedirme de la primera persona, porque, básicamente, la voy a ver una vez que haya cruzado el charco y no le vi sentido alguno sumar una carga de romanticisimo y lágrimas a una despedida que todavía no tiene lugar en el calendario. 


Pero luego me tocó despedirme de alguien, obligatoriamente, porque no lo veré en los próximos seis meses. No es que me toque verlo demasiado, en realidad. Pero hay protocolos que se deben cumplir, y éste fue uno de ellos. 


Y el abrazo fulano me dio un tortazo en la cara. Estoy en negación absoluta. Yo por lo general soy casi tan llorona como Marimar, y soy más cariñosa que Elvira con cualquier animal, sin embargo, ahora estoy en una modalidad de frialdad que no termino de entender demasiado bien. Esta persona me abrazó, me deseó todo lo mejor y todo lo que el manual de Carreño aconseja en este tipo de oportunidades, y yo parecía una estatua. Me costó lo del abrazo (cosa que, amigos de testigo, es una de mis habilidades). 


Fue extraño, porque sí se me removió un poco el interior, las tripas, el cuerpo, al darme cuenta de que ya empezaron las despedidas. Sí, como que la cosa está pasando de verdad, pero no entiendo nada. 


Lo único que realmente me sacó de ese estado fue el consejo que me dio esta persona: 


"No regreses con una barriga, a menos que sea de la realeza."

Todo es muy bizarro últimamente. 


Como dirían los Amigos Invisibles: "Yo no compro pan"(Je ne comprends pas).

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Soy un diurético






No sé si lo comenté anteriormente, pero mis dos mejores amigas están en Europa. Este año ha sido bastante particular debido a eso. Afortunadamente, he encontrado personas que me brindan nuevas visiones en la vida y, a pesar de que no llenan el vacío (en este momento comenzó a sonar cualquier canción cantada por Thalía en alguna de sus novelas), la he pasado bien. He hecho nuevas amistades, nuevos hermanos, y eso me alegra. Porque sí, la mayoría de mis amistades nuevas son hombres. 


Afortunadamente. Eso crea un equilibrio fabuloso de testosterona y estrógeno que nada tiene que ver con sábanas, sino con diversidad de visiones y acompañamiento de distintos tipos de soledades. 


El punto es que, evidentemente, la emoción que me embarga por poder ver a mis dos hermanas escogidas dentro de poco, me tiene como Flubber cuando recibe luz y le da un ataque de hiperactividad incontrolable. 


Estoy súper ocupada, porque a pesar de que vivimos en un país donde la versión oficial se caga en la burguesía, la burocracia y las cúpulas podridas de antaño, la cantidad de trámites y prácticas en succión de medias se ha incrementado. No sólo se trata de pedir Cadivi (algo que sólo pueden entender los venezolanos, los extranjeros nunca entenderán cómo es eso de que tienes la plata pero no te la dan), no. 


También se trata de buscar residencia (tarea titánica porque los británicos no terminan de entender que no puedo ir a ver la habitación al salir del trabajo), de conseguirse unos euros o dólares extra, de lidiar con las caras de Hush Puppies de mis padres y hermanas... En fin. Sí, estoy contenta y eufórica, pero no tengo tiempo de demostrarlo, porque no tengo tiempo de respirar. 


Entre ayer y hoy, estos dos seres fabulosos (con quienes he pasado las verdes y maduras, y junto a quienes, por lo visto, vivo las mismas etapas de exploración y descubrimiento) se han portado de manera fabulosa, y no dejan de sorprenderme. Una parece la madre preocupada: me arma manuales de supervivencia para que no se me note tanto el penacho de plumas cuando llegue al aeropuerto y me dice dónde tengo que comprar todo lo que mi robusto cuerpo va a necesitar para cubrirse en un clima nada tropical. 


La otra está peor. A ella tengo más tiempo que no la veo, y creo que eso hace que nos extrañemos mucho más, a pesar de que hablamos casi todos los días. Y hoy, como siempre, no dejó de sorprenderme ofreciéndome su ayuda para uno de los 800 mil trámites que debo hacer. Pero lo que más me sorprendió no fue esto, sino su descripción de lo que siente porque ya voy a llegar:


"... siento que a medida que se acerca la fecha en que vengas, te extraño más. Es loco. Es como cuando te estás haciendo pipí y estás llegando a tu casa, que te dan más ganas... Bueno, así." 

En dos platos: soy el diurético de mi mejor amiga. Yo hago que ella se haga pipí por mí. 


Nadie tiene que entenderlo. Pero sí, soy un diurético. 


Y eso, poder verlas, hace que todo el stress que tengo encima (porque además tengo muchas cosas con las cuales cumplir antes de irme), se me quite enseguida. 


A por el vino. A por los cafés. A por las borracheras en las calles de París. 


Por las vejigas! Salud!

lunes, 5 de septiembre de 2011

Pensamientos de una afónica... O consecuencias de una garganta en huelga

Mi garganta decidió entrar en huelga. Tenía varios días en amenaza con una carraspera insoportable y con unos ataques de tos que me recordaban que debo abandonar ciertos vicios. No sólo el cigarrillo, sino ese vicio tan insistente y mío de apegarme a las personas y tener ataques de ansiedad, que radican en el centro de mi pecho. 


Ella entró en huelga hoy en la mañana. Me desperté a las 8 am, cosa que JAMÁS hago (y que pronto tendré que acostumbrarme a hacer) porque al intentar tragar sentí cómo dos bolas de billar bajaban por mi pobre cuello. Vale, tengo el cuello gordito pero de ahí a creerme mesa de pool... 


Tuve, entonces, un día libre de labores y lleno de silencio. No medité ni un carrizo, no soy de ese tipo de gente. Lo que hice fue mentarle la madre a mi internet narcoléptico y a mi epiléptico servidor de Tv por suscripción, y quedarme como una morza o una ballena encallando en la orilla de cualquier costa.


Porque ésa fue la recomendación de mi tío, el médico: hay que guardar reposo. Cuando me di cuenta de que estaba dudando en ir o faltar al trabajo, me sacudió un profundo sentimiento de infidelidad a mí misma: yo nunca he pelado un boche para faltar, porque no, no es lo mío y no me gusta, y  ahora que tenía la oportunidad, estaba dudando. Es raro cómo el dinero te cambia. Obvio, a mí me ha cambiado poco, porque no es que me pagan demasiado. 


Tuve que defenderme con señas y a punta de mensajes de texto que enviaba a mi interlocutor(a), quien estaba a menos de 5 metros de distancia. Todo era más sencillo cuando la técnica de la pizarrita mágica funcionaba al pelo. Pero no hay nada que hacer, los dedos se dejaron seducir, desde hace rato, por las teclas, cualquiera que sea el dispositivo que las use. Ya eso del papel y lápiz suena como primitivo. 


Lo revelador de todo este día en silencio se viene en lo siguiente: Mi familia me conoce más de lo que yo creía, y nos comunicamos muchísimo mejor en silencio. Una sola seña y ya entendían que yo estaba diciendo:

"Lo que te quiero decir, querida madre, es que tengo sed, el agua está agotándose y necesito un poco más, pero por favor, que sea natural y no fría, porque si no, no me voy a mejorar." 

Todo lo que tuve que hacer fue señalar el termo de agua en mi mesa de noche, y listo. 


Yo no subo los hombros de la misma forma cuando quiero preguntar "¿cuándo?" a cuando pregunto "¿cómo?". Yo no tengo las mismas expresiones para el frío, el calor y la obstinación que uno u otro pueda generarme cuando llega a sus extremos. Yo digo sí con los ojos y no con el resto del cuerpo, y viceversa, y todo eso lo hago sin decir ni media palabra. 


Yo soy muy fácil de leer sin necesidad de emitir ni una sílaba. 


El asunto es que ya yo sabía que mi familia sabía hacerlo. El asunto es que no hay lector.