miércoles, 14 de septiembre de 2011

Yo no compro pan.

Esto de no tener tiempo para postear me está volviendo un poco loca. 
Ya, afortunadamente, vengo bastante adelantada con muchos de los trámites dementes que tengo que realizar para poder irme, sin embargo, siempre están esos pequeños detalles que se escapan de la memoria, y que recuerdas justo cuando pasaste la taquilla en donde te sellan el pasaporte. 


En todo caso, ya comenzaron las despedidas. Hace unos pocos días, me rehusé a despedirme de la primera persona, porque, básicamente, la voy a ver una vez que haya cruzado el charco y no le vi sentido alguno sumar una carga de romanticisimo y lágrimas a una despedida que todavía no tiene lugar en el calendario. 


Pero luego me tocó despedirme de alguien, obligatoriamente, porque no lo veré en los próximos seis meses. No es que me toque verlo demasiado, en realidad. Pero hay protocolos que se deben cumplir, y éste fue uno de ellos. 


Y el abrazo fulano me dio un tortazo en la cara. Estoy en negación absoluta. Yo por lo general soy casi tan llorona como Marimar, y soy más cariñosa que Elvira con cualquier animal, sin embargo, ahora estoy en una modalidad de frialdad que no termino de entender demasiado bien. Esta persona me abrazó, me deseó todo lo mejor y todo lo que el manual de Carreño aconseja en este tipo de oportunidades, y yo parecía una estatua. Me costó lo del abrazo (cosa que, amigos de testigo, es una de mis habilidades). 


Fue extraño, porque sí se me removió un poco el interior, las tripas, el cuerpo, al darme cuenta de que ya empezaron las despedidas. Sí, como que la cosa está pasando de verdad, pero no entiendo nada. 


Lo único que realmente me sacó de ese estado fue el consejo que me dio esta persona: 


"No regreses con una barriga, a menos que sea de la realeza."

Todo es muy bizarro últimamente. 


Como dirían los Amigos Invisibles: "Yo no compro pan"(Je ne comprends pas).

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