lunes, 5 de septiembre de 2011

Pensamientos de una afónica... O consecuencias de una garganta en huelga

Mi garganta decidió entrar en huelga. Tenía varios días en amenaza con una carraspera insoportable y con unos ataques de tos que me recordaban que debo abandonar ciertos vicios. No sólo el cigarrillo, sino ese vicio tan insistente y mío de apegarme a las personas y tener ataques de ansiedad, que radican en el centro de mi pecho. 


Ella entró en huelga hoy en la mañana. Me desperté a las 8 am, cosa que JAMÁS hago (y que pronto tendré que acostumbrarme a hacer) porque al intentar tragar sentí cómo dos bolas de billar bajaban por mi pobre cuello. Vale, tengo el cuello gordito pero de ahí a creerme mesa de pool... 


Tuve, entonces, un día libre de labores y lleno de silencio. No medité ni un carrizo, no soy de ese tipo de gente. Lo que hice fue mentarle la madre a mi internet narcoléptico y a mi epiléptico servidor de Tv por suscripción, y quedarme como una morza o una ballena encallando en la orilla de cualquier costa.


Porque ésa fue la recomendación de mi tío, el médico: hay que guardar reposo. Cuando me di cuenta de que estaba dudando en ir o faltar al trabajo, me sacudió un profundo sentimiento de infidelidad a mí misma: yo nunca he pelado un boche para faltar, porque no, no es lo mío y no me gusta, y  ahora que tenía la oportunidad, estaba dudando. Es raro cómo el dinero te cambia. Obvio, a mí me ha cambiado poco, porque no es que me pagan demasiado. 


Tuve que defenderme con señas y a punta de mensajes de texto que enviaba a mi interlocutor(a), quien estaba a menos de 5 metros de distancia. Todo era más sencillo cuando la técnica de la pizarrita mágica funcionaba al pelo. Pero no hay nada que hacer, los dedos se dejaron seducir, desde hace rato, por las teclas, cualquiera que sea el dispositivo que las use. Ya eso del papel y lápiz suena como primitivo. 


Lo revelador de todo este día en silencio se viene en lo siguiente: Mi familia me conoce más de lo que yo creía, y nos comunicamos muchísimo mejor en silencio. Una sola seña y ya entendían que yo estaba diciendo:

"Lo que te quiero decir, querida madre, es que tengo sed, el agua está agotándose y necesito un poco más, pero por favor, que sea natural y no fría, porque si no, no me voy a mejorar." 

Todo lo que tuve que hacer fue señalar el termo de agua en mi mesa de noche, y listo. 


Yo no subo los hombros de la misma forma cuando quiero preguntar "¿cuándo?" a cuando pregunto "¿cómo?". Yo no tengo las mismas expresiones para el frío, el calor y la obstinación que uno u otro pueda generarme cuando llega a sus extremos. Yo digo sí con los ojos y no con el resto del cuerpo, y viceversa, y todo eso lo hago sin decir ni media palabra. 


Yo soy muy fácil de leer sin necesidad de emitir ni una sílaba. 


El asunto es que ya yo sabía que mi familia sabía hacerlo. El asunto es que no hay lector. 

2 comentarios:

Carlos Zarzalejo dijo...

Jengibre, miel y/o, en su defecto, ron.

Patricia (Odio que me digan así) dijo...

Me gusta más la última opción, sin duda