lunes, 15 de febrero de 2010

8881 días




No tengo demasiado claro por qué sucede, pero todavía no me afecta el hecho de trasladar 24 años, 4 meses, 1 día, 1 hora y 51 minutos en 21 cajas, al otro lado de la ciudad. Supongo, tal vez, que mi mente juega a protegerme y evitar recuerdos que, tal vez son valiosos.



Supongo, igualmente, que no tengo demasiados recuerdos, o que esa convulsión a los 10 años se llevó la mitad de ellos, al menos 12 años, 1 día, 1 hora y 51 minutos se borraron durante ese evento particular.



También supongo, con bases en ello, que no me duele dejar el lugar que, a partir de mis 18 años, se convirtió en el sitio para llegar a dormir. Mi cama, más que confidente de amoríos y caricias, no ha sido otra cosa más que la eterna testigo de las soledades que, después de 4 pares de labios, me han acompañado por varios años. No hay sábanas revueltas, más que por mí misma. No hay pecados deliciosos ni caricias impropias, no en mi cama, al menos. Sí en los muebles del recibidor y en otras camas, pero no en la mía. Tal vez, sólo por eso, no me duela dejarla.


No dejo amigos ni vecinos memorables. No dejo marcas en la pared que reflejen el crecimiento de mis 1,60 y pico metros de alto, si es que es eso realmente lo que mido. Dejo noches en vela, con dirección fotográfica inspirada en el titilar de las luces de un televisor que nunca se cansó de ser mi fiel compañero. A él me lo llevo conmigo. Me llevo mis libros, mis nexos (escasos) con la infancia, mis almohadas que tantas veces se convirtieron en el cuerpo deseado, que sintieron mis abrazos, mi necesidad de olfatear un cuello, de acariciar algún cabello y de morder los dedos del victimario de turno.


Me llevo 24 años, 4 meses, 1 día, 2 horas (ahora) y 0 (cero) minutos en 21 cajas al otro lado de la ciudad, y me doy cuenta de que mi espacio, el que ahora tendré, llevará lo mismo, duplicado. Me llevo mis soledades, mis libros y mis películas. Me llevo mis recuerdos, que no se limitan a una cama individual dispuesta justo frente a la ventana y la puerta. Me llevo mis ideas, que ahora tendrán un espacio propio. Me llevo mis manos, ansiosas por tanto. Me llevo a mi misma, con 21 cajas llenas de 8881 días a una nueva ventana que da vista a una montaña, esa que siempre me acompaña y que sólo ahora noto de forma diferente.


Cada sonido de la cinta adhesiva desprendiéndose y adhiriéndose resuena en mi cabeza, y con ese vaivén de sonidos se hace presente un recuerdo, un rostro, un par de labios que se va conmigo, en mi cuerpo, en mi mente.


No espero una nueva vida. Sólo ansío que la soledad, eterna compañera de cuarto (paradójicamente), sufra un ataque de pánico y decida alejarse de mi nuevo lecho.


Sólo ansío no ser demasiado pequeña para las sábanas nuevas.


--No es el final que quisiera darle a este escrito. Últimamente, no soy demasiado adicta a los finales-

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen post, bueno, a mí me gustó.

Patricia (Odio que me digan así) dijo...

Thx!