jueves, 4 de abril de 2013

Qué bonita vecindad

En algún momento de la vida comenté que tengo unos vecinos bien particulares. Para vivir en la zona donde vivo (en donde uno esperaría un poco más de glamour de parte de los sifrinos de toda la vida), esto es la vecindad del Chavo. Resulta que yo vivo un poco en donde se enchufa el Sol, y por lo tanto, todo en teoría debería ser tranquilo, y tal. 

Porque la cuestión es bastante silenciosa. Y he ahí el problema de todo este asunto. Resulta que vivir donde el diablo dejó las cholas no es tan chévere, no sólo por el problema de transporte y lejanía del resto del mundo. Aquí se escucha hasta la liberación de flatulencias de los habitantes de la casa contigua. 

Y siendo mi vida como es, pues los vecinos evidentemente no pueden ser normales. Cuento con un variopinto grupo de gritones y cantantes de ducha que hacen de mis mañanas y noches una absoluta miseria auditiva. 

En primer lugar, contamos con el ejemplar más representativo de la zona. A quien cariñosamente hemos apodado Quasimodo porque ese señor grita como si Frolo lo estuviese azotando en la joroba todo el día. En realidad asusta la cosa. La primera vez que lo escuché estaba en ese limbo de conciencia en que sabes que duermes pero no duermes realmente. Y me ha despertado el hermoso cantar de este Mío Cid enloquecido gritando: 

"¡MÁÁÁÁÁÁAÁÁTAME! ¡MÁTAME! ¡MÁTAME! ¡MÁTAME!"

Fue bello descubrir cómo es el techo de mi cuarto, luego del salto que pegué. Y su repertorio no se limita a estos cantos celestiales, a veces simplemente le da por gritar las vocales, o llamar a su mamita. En fin, que el señor, pobrecito, está senil. O al menos eso espero. Porque en verdad suena como que estuviesen filmando Saw 87 en la casa de al lado. 

Luego tenemos a la única e inigualable Ballenata de Oro (sí, escrito así porque me imagino a una doña gorda con bigotes, y ella no merece que escriba bien la palabra ballenato). Esta mujer podría hacer que Simon Cowell se saque los tímpanos de un solo tirón. Es como un walkman sin pilas, la pobre alma en desgracia. Todos los días, todos, me despierta al son de una canción diferente. Pero esa mujer no canta. Todo el mundo puede cantar, ella no. Ella se creyó Úrsula en un punto y le robó la voz a la sirena equivocada. Esa jeva tiene la voz de la hermana fea de Ariel. Y es variada en su repertorio, te me va de vallenato a Sandy & Papo con la misma facilidad con la que yo cambio de estado de ánimo. Insufrible. 

Y por supuesto, no podía faltar la pareja histérica que pelea porque una maldita peluquera/lisiada se interpuso en los sagrados/inútiles votos matrimoniales que se prometieron ante el altar hace ocho años/meses. Esta linda parejita se lanza cosas. Y la casa queda al lado, entonces yo siento cómo me golpea cada plato en la nuca. Not funny at all. He escuchado todos los clásicos: "VETE CON ESA PERRA, ¡TE ME VAS DE LA CASA! NO TE QUIERO VOLVER A VER EN MI VIDA", siento que al lado está ensayando todo el elenco de Televisa, preparándose para la llegada de Thalía, después de su última sesión de Botox. 

La cosa deja de ser tan entretenida (asumamos con dignidad que es divertido escuchar el chisme cuando vives en lo más cercano a Wisteria Lane que podrás conseguir en tu vida) cuando esta infame pareja - que debe asumir con dignidad que no lo lograron y que tienen que dejarse ir - la paga con sus críos. Y por eso es que escribí hoy. 

Todo el asunto deja de ser gracioso cuando ambos pagan sus histerias con dos pobres criaturas que no tienen la culpa de nada. Cuando escuchas cada golpe, cada llanto y cada grito de un niño que no entiende qué fue lo que hizo mal, si apenas se está levantando. Y todo el rollo se vino a agrandar porque uno de ellos no quería tomarse una pastilla. 

Mis insultos guarros corrían a velocidades absurdas esta mañana. Pero te digo, reinita, que la capacidad de apertura de garganta de un niño de, a los sumo 9 años (tú sabrás), no tiene en su registro la habilidad para tragarse una pepa. Hay una técnica súper útil: disuélvela y haz que el chamo se tome todo el líquido. No tenías por qué amargarle el día. 

Y si me estás leyendo y te sientes insultada, te lo juro que no me importa sacar trapos ajenos al sol. Si a ti no te importa gritar a los cuatro vientos (y pegarle a tus hijos con la misma fuerza con la que gritas), me imagino que es porque sabes que los demás están escuchando. Creo entonces, que esto, en verdad, es sólo un reporte de tus aventuras como guerrera. 

Cuando seas famosa, puedes llamarme. 

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