lunes, 23 de enero de 2012

Mi momento de película.






Una de las cosas que realmente me gusta del viejo continente es la posibilidad y facilidad que te ofrece de viajar de una país a otro como si fueses a Margarita o a Valencia. O sea, en pocas horas. Lo bueno de aquí es que existen dos aerolíneas perfectas que te dejan los viajes a dos lochas. Creo que mi pasaporte nunca había tenido tantos sellos, y tampoco es que he salido demasiado de Inglaterra. 


Gracias a la existencia del capitalismo salvaje, se crearon estas dos aerolíneas, porque estoy segura que algún jevo o jeva dijo: "Si esta gente viaja en formato triple B (bueno, bonito y barato) yo me voy a hacer millonario(a)". Entonces uno te va por la vida europea danzando en función de las ofertas de estas empresas. 


El caso es que este fin de semana que pasó fui a Salamanca a ver a una de mis dos mejores amigas. El hecho es que yo soy una mamita, jevita, rosita. Y verla después de un año (no es mucho, pero para mí se sintió un siglo) fue algo que va más allá de la palabra importante. 


Al despedirme, como buena venezolana, como buena latina, me fui en llanto histérico incontrolable. Parecía niñita de pre-escolar en su primer día. No miento, estuve llorando, como mínimo, una hora. Y fue durante esta llorantina y moqueadera que tuve mi momento cinematrográfico de la vida real: 


Estoy yo hecha un trapo sucio por mi llantén, y una señora (que desde que se montó en el autobús me tenía la piedra afuera por lo duro que hablaba), me agarra la mano, se pone a llorar conmigo y me dice: "Qué pasa?". 


Yo, como siempre que estoy en mis momentos de La Lupe, me había valido de la música para multiplicar como por 1000 (se lee mil) mi depresión y hacer todo más dramático. Porque soy una drama queen innata. 


Entre la música y la moqueadera no entendía qué estaba pasando, y la señora, con unas pepas de ojos verdes (sí, esmeralda) no me quitaba la vista de encima y su guarapo se aguaba cada vez más. "Qué pasa?" me vuelve a preguntar. Yo le explico, tratando de ser lo más digna posible, y luego la señora balbucea unas palabras entre español y algo más. 


La mujer era lituana, y probablemente no entendió lo que le expliqué. Pero me regaló mi momento de película. Me regaló una mirada que espero poder reproducir algún día, si llego a ser una actriz coherente. 
Me recordó de que va todo el jolgorio de este eurotrip que me estoy echando. Me regaló ese momentico de magia que me recordó por qué quise venir a Europa, pues:


Yo vine a tener una vida de película

Yo vine a ser una mezcla entre chica Almodóvar, Amelie y una Marion en pleno París con el Woody. Todas las mujeres coherentes que conozco (me incluyo, a pesar de no ser coherente) queremos un poquito de esto. De bolas que ni me acerco, y la mayoría de mis vivencias han sido bastante normales, pero esta señora me dio un pedacito de celuloide imaginario. 


No sé cómo explicarlo. Porque en Latinoamérica tenemos el triple de calidez, eso sí. Pero que una completa extraña me regalara su mirada, una sonrisa y un "todo bien" ("todo va a estar bien", eso fue lo que quiso decir), me hizo sentir en una película (no sé si cursi o no, eso lo decido luego). 


Demás está decir que el Ipod se lanzó rolo e' soundtrack durante la llantina. 

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