jueves, 23 de febrero de 2012

Por lo visto, soy hermafrodita

Últimamente no  me he sentido de lo mejor, si soy sincera. Debo confesar que los 3 millones y pico por el pecho me subieron el ánimo muchísimo, y debo confesar que no estar en Venezuela en el momento en que esto sucedió, sino tener que verlo pixeladamente en mi computadora me dio unos celos infinitos. Por primera vez envidié a quienes en este momento están en el país, y se me bajaron esos humos de mujer de mundo (absolutamente autoinfundados y peligrosísimos) porque no formé parte de un evento que espero sea importante en la historia venezolana.

No sólo el asunto de no haber estado en el país me tiene la vida hecha un yogurt, también el constante cuestionamiento y ese miedo adelantado de volver a una tierra donde reina la violencia y gobiernan las pistolas me tiene bastante ansiosa. Porque sí, aquí la he pasado bien, y porque me encantaría que mi país fuese así de seguro, pero siempre conservando ese sol tan sabroso que (hoy particularmente) necesito para hacer fotosíntesis.

El hecho es que yo soy de esas personas que mezclan todo lo que le pasa al mismo tiempo, y cuando algo me hace llorar, lloro por todo y mi vida se convierte en una canción de La Lupe interpretada por cualquiera de los personajes de Thalía o por Candy Candy. Me la paso con la lagrimita de parkinson constante y se me nota en la cara (y en las letras) que algo no está bien.

Para nadie es un secreto que Venezuela es reconocido mundialmente por ser el país de las mujeres bellas (hasta la señora de la que me hice pana en el restaurant Thai me dijo que soy bella porque soy de Venezuela), pero más allá de que eso suene requete bonito, más allá del récord Guiness y más allá del "marica, ganaste" de nuestra Dayana y nuestra Stefanía, la cosa no es tan sencilla cuando eres, simplemente, normal.

He batallado toda mi vida con el tema del autoestima, porque básicamente hasta que tuve nueve años fui una persona con un peso normal para su edad. Luego comencé a engordar porque me entró la ansiedad producto de un robo (estoy piche desde chiquita y somatizo, lo siento) y desde esa edad he estado en cuanta dieta se le haya ocurrido al ser humano. La gente que me quiere me dice que soy preciosa, que soy talentosa, que soy intimidante. Una vez mi psicólogo  me dijo que yo no consigo pareja porque "tengo todo para ser material de matrimonio" (definitivamente algo está mal con el mundo), y mi reacción inmediata fue la risa histérica. ¿Cómo así que vengo con todo el combo y nadie me quiere comer?  El asunto es que yo no me creo el discurso, en parte, porque soy venezolana.

Los últimos post los he dedicado a decir lo feliz que estoy aquí, lo mucho que extraño mi país y lo patriota que me he vuelto, out of the blue, desde que pisé estas tierras en septiembre. Pero después de haber leído dos artículos de dos websites venezolanas, tengo que quejarme.

Sí, mi país es el país de las mujeres bellas. Es el país de las mujeres obsesionadas con el tamaño de sus tetas, culo y boca. Es el país donde inviertes más dinero del que ganas en maquillaje y peluquería, y donde te levantas siete horas antes de tu horario laboral para lucir como una mamasita porque... bueno... hay que verse bien. Yo siempre me he cagado en eso (y me perdonan el francés).

Yo iba en pijama a la universidad (en serio) y no me gusta usar maquillaje, tacones ni ropa apretada. No, no soy marimacha, no soy un estereotipo ya aburrido de lesbiana, a mí simplemente me gusta andar cómoda por la vida. Por supuesto, me ha costado una y parte de la otra encajar en una tierra donde las mujeres se embuten en jeanes que dejan ver hasta su ADN y se ponen más maquillaje del que yo pudiera llegar a usar en una obra bajo el código Clown.

Toda mi vida me la he pasado escuchando el fulano: "ya llegará, espérate que eso llega", y pues llega un punto en que uno se cansa de esperar. Llega un punto en que te conformas con ser "intimidante" e inteligente y dices: "pobres panas", refiriéndote a aquellas que en serio pasan más de veinte minutos frente a un espejo tapándose su naturaleza y esforzándose por resaltar el silicón que tanto dinero les costó. Pero hay días en que se te alborotan las hormonas y la cosa no es tan sencilla como creerte la Dra. Bailey de Grey's Anatomy.

Porque el asunto está en que esas "pobres panas" sí son atractivas sexualmente, esas "pobres panas" tienen su alguien al lado, y esas "pobres panas" parecen no sufrir de ningun complejo. Y, siendo más prácticos, esas "pobres panas" consiguen ropa de su talla en cualquier tienda, y ropa cool, además.  No estoy diciendo con esto que quiero ser una "pobre pana", porque amo dormir y porque me fastidia maquillarme. Lo que digo es que eso, inevitablemente, acompleja. 

Este complejo no es de gratis. No lo es en un país donde encuentras dos artículos por Twitter que rezan lo siguiente:

1.- El decepcionante cuerpo de Scarlett Johanson (o algo así, no pude encontrar el link del artículo): Donde básicamente decían que esta despampanante actriz está "gorda", y ni barriga se le ve en las fulanas fotos.

2.- Adele se va a convertir en  "toda una mujer" porque decidió perder peso. ¿Perdón? ¿Desde cuándo ser gorda te quita tetas y te da un pene? Que yo sepa, la gordura te da más senos y jamás te vuelve hermafrodita.

Vale, los articulos no provienen de paginas demasiado serias, ni hablan de mujeres venezolanas (no estos dos en específico, pero cómo vanaglorian a la Diosa Canales) pero son éstas las páginas que leen los adolescentes y buena parte del país. Son esas páginas las que establecen el stándar de belleza venezolano, y son esas páginas las que dicen: "Esa pana está gorda, esa pana no es mujer, esa pana me decepciona porque no tiene un cuerpo de Miss". ¿Cómo esperan, entonces, que uno no tenga complejos por sobrepeso y que sea tan difícil deshacerse de ellos?

Sí, yo estoy segura de que soy inteligente, no me creo bella, no me creo fea, me creo simplemente gorda, que es básicamente un nuevo estado emocional para las mujeres que sufren de sobrepeso (porque no es simplemente que nos guste comer mal, va más allá de eso, la obesidad se sufre). No me estoy justificando, sé que debo cambiar mis maneras y mis hábitos alimenticios, pero no pretendan hacerme creer que a la gente no le importa mi gordura, porque no es así.

Hay gente superficial en la vida, y lastimosamente son ellos quienes dictan lo que está bien y lo que está mal en cuanto a belleza se refiere. Son ellos quienes establecen qué tan atractiva soy sexualmente, contra ellos me quejo hoy. Me quejo porque más allá del talento de dos mujeres espectaculares por causas diferentes, se fijan sólo en el cuerpo. ¿Qué demonios me importa a mí si Adele va a ser "toda una mujer" porque va a perder kilos? Mientras no se arranque la garganta, el mundo seguirá siendo bonito.

No, lo siento. No todo es culpa de mi autoestima. En parte soy culpable por haberme metido a ver esos artículos nefastos, sólo por la mera curiosidad de ver qué tan cierto era eso de los kilos de más o de menos, pero al mismo tiempo,  hay factores externos que hacen que la lucha por la auto-aceptación sea más dura. Y esos factores están cargados de coronas, lentejuelas y narices de mentira. Son esos factores los que dicen que, aparentemente, yo soy una especie de hermafrodita, porque soy gorda, ergo, no soy una verdadera mujer.

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