domingo, 12 de febrero de 2012

Venezolana y masoquista

Yo me he pasado los últimos post diciendo lo maravilloso que ha sido todo mi viaje. Lo increíblemente bien que la estoy pasando y lo tranquilo que se siente estar en un país seguro donde puedes caminar a las 3 de la mañana por la autopista sin que te pase absolutamente nada. 


Yo todo este tiempo me la he pasado bomba. Pero hoy no. 


Hoy me desperté con una bola criolla en la garganta, sin voz, sin tranquilidad en el cuerpo. No puedo ir a votar porque mi estadía aquí no ameritaba el cambio de dirección en el REP (no vaya y sea que me manden a China) y me siento absolutamente irresponsable por no hacerlo. 


Yo he pasado 13 años (léase la mitad) de mi vida bajo un mismo régimen. Ejercí mi primer voto bajo este gobierno, pasé 14 horas de pie para poder decir que no estoy de acuerdo, y he pasado el tiempo necesario de pie, una elección  tras otra. O sentada en las "sillas para la cola", con la botella de gatorade, los pastelitos que le compré a la señora que fue más astuta que yo y se le ocurrió la idea, y haciendo amigos de esos que nunca vas a volver a ver, pero que recuerdas porque ellos estuvieron en la cola de 80 horas contigo. 


Yo me he mojado el dedo con tinta muchísimas veces, aunque dude por un momento sobre el sentido de ir a votar, yo lo sigo haciendo. A mí me encanta ser masoquista, si así lo quiere ver cualquiera, y darle una oportunidad a la esperanza de ver un cambio que a veces se ve tan distante en mi país. 


Desde que llegué me han preguntado sobre la situación en Venezuela, y detesto verme en la posición de decir todo lo que pasa. Detesto ser un puesto de souvenirs de turismo político, y detesto aún más ver las caras de terror de mis interlocutores cuando les cuento que el promedio de muertes violentas por fines de semana es de unas 80 personas. 


Me fui de Venezuela por 6 meses porque ya nuestra relación no estaba funcionando. Porque ya no me calaba más sus bipolaridades, porque no aguantaba más tanta violencia doméstica. Una actitud bastante cobarde, si somos justos, pero me bastó poner un pie fuera de mi tierra para entender lo que significa ser venezolana, y vaya que yo no soy era nada patriótica. 


Hoy no puedo disfrutar la tradicional cola por horas, hoy no voy a hacer amigos de un día que me dan su opinión y predicción sobre lo que va a suceder. Hoy no voy a estar parada mil horas esperando para poder mojarme el dedo. Hoy no voy a luchar contra la desorganización. Pero sí voy a estar horas pegada a mi computadora, sí voy a vivir la presión en el pecho (también tradicional) por los resultados y, sobre todo, voy a mantener la esperanza arriba. 


Porque éste es el primer paso. Porque tal vez no sea una elección conflictiva, pero igual me siento absolutamente apátrida (éste es el significado más cercano, Esteban) por no cumplir con mi país y por no dar mi opinión, porque cada elección cuenta. 


La gente me pregunta por qué voy a volver a Venezuela si puedo intentar extender mi estadía aquí. Sencillo: si así me siento con unas elecciones primarias, no me quiero imaginar lo que podría sentir al estar ausente el 7 de octubre. Así logre cambiar mi dirección. No, cariño, ¡qué va! Las elecciones, para mí, se viven completas. 


A fin de cuentas. Que salgan a votar. Que dejen la desconfianza, porque muchas veces dudamos más en una relación personal e igualmente nos lanzamos al vacío. Que ayuden a dar el primer paso. Que voten, por quienes no pueden, por quienes vuelven para el 7 de octubre. Porque es importante y porque hay que cambiar tanto zaperoco junto. 


Voten, porque no hay de otra. Porque los venezolanos tenemos guáramo y porque sí, y punto. 


Mucha gente dice: "Yo me voy de Venezuela porque no soy masoquista." (con el respectivo ritmo de Carlos Baute), pues a mí la que me aplica entonces es ésta: 


"Yo sí vuelvo a Venezuela porque yo soy masoquista." 

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