miércoles, 2 de enero de 2013

Rituales, échenme una ayudaíta


Ok, en el post anterior hice referencia a que este año que pasó no pedí los deseos con cada uva, sino que los quemé en un papel donde escribí lo que espero que se me cumpla para el año que viene. 

Estemos claros, yo no creo en muchas cosas. Yo creo que mi hermana del medio va a terminar teniendo un spa donde le acomode los chacras a la gente, de acuerdo con la última teoría del Feng Shui Tibetano del norte de la nalga de Buda, pero yo no soy así. 

Lo que pasa es que diciembre cambia a la gente. Y este diciembre que pasó, fue bien raro. Los últimos diciembres que he tenido han sido así, raros. Y eso es porque estoy creciendo y estoy dejando de ver el elefante dentro de la boa. Yo estoy empezando a ver sombreros. 

Entonces eso no puede ser. Y punto y se acabó. 

El 31 me despeté de malas y ese mal humor me duró hasta justo antes de empezar a comerme las uvas. Que más que uvas, parecían manzanas de Liliput. Yo tuve que comerme eso cinco minutos antes de las doce (a pesar de la típica discusión de mis familiares que se resumen en "comerse las uvas o no comérselas cinco minutos antes, he ahí el dilema.") porque, en efecto, quería llegar viva al 2013, y no con una de las frutas en cuestión atravesada en el "güergüero".

Entonces ocurrió el primer milagro de año nuevo: Me puse de buen humor. Y empezaron un montón de rituales que dejarían a Abigail Williams y a todo su clan de Salem dando vueltas sobre su mismo eje. Las panas ya me mandaron un correo para que les haga un taller. 

Yo sufrí un ataque de lentejas voladoras, no sé ni para qué demonios, pero me hicieron un "baño de lentejas". El previo rocío con esencia de mandarina que me dejó oliendo a Mistolín se quedó llorando con su mamá, al lado de este episodio. Basta decir que luego de ir al baño, una vez pasada la euforia, se creó la nueva maravilla del mundo: las cataratas de Patricia, llenas de lentejas por todos lados. 

Por supuesto que salí enardecida a correr con las maletas y di cuantas vueltas pude. Crucé la línea de fuegos artificiales varias veces, y en cierto punto sentí que los globos de los deseos de los vecinos me estaban diciendo que en verdad soy hija de unos reyes y que mi "madre" es Madame Gothel. No sé en qué posición dejaría a mis hermanas esta verdad, pero fue lo que yo sentí. 

Cuando fui a quemar los fulanos deseos, el momento intenso se vio opacado por el simple hecho de que el fulano papel no se quería quemar, así que tuve que pasarlo por un velón como ochenta veces, bajo la lluvia de lentejas y los cohetones explotando. Igual fue místico. 

Cada lola tuvo su respectivo ritual. En la izquierda me metí un billete extranjero; no sé si con esto le estoy diciendo al mundo que quiero un extranjero millonario (por aquello de que me puse el billete al lado del corazón), o que el mundo me va a mandar a un intenso izquierdista que consiga plata en el mercado negro. Yo lo hice porque quiero plata, y ya. 

Y en el otro lado me inventé una nueva y me puse un condón. Sí, un condón. 

Si la gente cree que porque se convierta en una lluvia de lentejas va a tener abundancia, yo puedo inventarme una nueva tradición y meterme un condón en el sostén, en la lola derecha, para acabar con mi verano. Capaz y termino teniendo una buena noche con un carajo de derecha, esa gente tiene dinero. Entonces se anularía el deseo de mi otro seno. No sé. El punto es que lo hice porque me pareció divertido y porque si voy a tener una buena noche, va a ser responsablemente (mami, te quiero). 

Y entonces después comimos lentejas, pero cocidas, ya no sé ni por qué es que se come eso. Ultimadamente, chico. De algo tuvo que servir ese montón de expresiones paganas, porque al final de la noche fui la única que se quedó con sus tacones bien puestos. 


A lo que iba, que esa parte de la noche me divierte, aunque no crea (o sí crea un poquito en el fondo). En esa parte de la jornada me vuelvo una niña de nuevo, veo elefantes, veo planetas, veo los fuegos artificiales como si estuviese viendo la última maravilla del mundo, en lugar de ver cómo se quema dinero en el aire. 


Y pasan una, dos, tres horas... Y entonces me doy cuenta de que se me olvidó desear que los cohetones del demonio sólo duren hasta las dos y media, como demasiado. 

Para el próximo año, esparciré la sangre de un dragón que haya follado con un unicornio sobre uno de esos juegos pirotécnicos, a ver si me dejan dormir tranquila. 



2 comentarios:

Freddy Metal dijo...

Je je je... Bien bueno lo del condón... Me hiciste reír con las vainas que inventas.

¡Feliz 2013, Patti!

Ojalá María Bolívar no se le ocurra acusarte de plagio por su ya famosa frase que la llevará quemada en su piel hasta el final de sus días con su "echame una ayudaíta".

Patricia (Odio que me digan así) dijo...

Jajajajaja es lo único que le ha servido de su campaña.
Feliz año para ti también!