martes, 12 de agosto de 2014

Volviendo

Tengo tiempo pensando en cómo volver a esto de escribir en mi espacio personal. Tengo rato buscando temas que puedan ser interesantes, algo que decir. 

Hace unas semanas, una de mis abuelas tuvo que ingresar a una clínica porque tenía un aparente problema respiratorio. Cuando llegas a los 90 y tantos, hasta la gripe asusta (al resto, a quien la sufre no tanto, porque ya no estás tan consciente de lo que sucede a tu alrededor). La llevan a la clínica y resulta que su marcapasos se descontrola por una arritmia. 

Le sumas a esto que la señorita, que en otros tiempos hacía la mejor torta del mundo, tiene el corazón demasiado grande. Y eso, al parecer, es un problema. Médicamente, tener el corazón grande inevitablemente hará que dejes de existir. 

La situación se torna tan teatral que se me hace increíble. Mi abuela tiene el corazón demasiado grande, y eso te puede matar. Es un mal de familia, hereditario. Su hermano murió por eso. 

Comienzo a mezclarlo todo, porque yo hago eso cuando ciertas cosas me afectan demasiado. Las mezclo. Mezclo la grandeza de corazón de mi abuela con mis frustraciones y miedos. Y me digo que capaz tengo eso, porque no hay forma ni manera de haber querido tanto a ciertos seres, y haber sufrido de esa forma (así de mártir). 

Me pregunto cuándo es que se detiene el miedo. Porque no soy la única. Porque es una palabra con demasiada recurrencia en los últimos días. Puede que sea un asunto de edad. La llegada al tercer piso, y esas tonterías que se inventan los que venden tarjetas Hallmark para poder vender más productos, o pastillas, o ropa, da igual. Tengo dos años con mucho miedo. Miedo a caminar sola por la calle, por el metro, sentada en algún medio de transporte público. 

Quiero una historia bonita, y eso, al parecer, también me da miedo (los psicólogos y sus certezas). No temí por nada cuando vi el fin de un daño de cinco años de duración. El llanto era el del ego, demasiado herido. Me da miedo quedarme, me da miedo irme. Perder el miedo implica, también, perderme un poco. Temo por esta soberana incertidumbre, y leo y releo el nombre de este blog, de esta taguara de ideas variopintas, y me digo... ¿Cuándo será que comienzas a aplicarlo, Patricia?

Vuelvo a la idea del corazón grande y su carácter hereditario. Por los menos dos personas piensan que lo tengo mínimo, y por más perdón que les pida, sé que no me van a creer. Yo tampoco le creo a quien me jodió un poco la vida. No tuve miedo al volverme a conseguir a esa persona, eso es algo. 

Me doy cuenta de que del único miedo consciente que no padezco es del escénico. Pero sí me aterra perder la escena. Me pongo demasiado intensa, me expongo, hago que los demás teman porque soy "increíble". Corren lejos porque doy miedo. Y respiro una y otra vez pensando que no sé qué tamaño tiene mi corazón. 

Me reencuentro con mi intensa enclosetada. Le pido perdón. Ella sí me cree, y entiende por qué es que no la saco tan seguido (o al menos no se burla por creer que la saco poco, ella sale cuando quiere). 

Me lo repito una y otra vez. Bájale dos, Patricia. Nadie escucha bien cuando el audio satura. 

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