miércoles, 23 de mayo de 2012

A propósito de Lila Morillo (y de las semiosis ilimitadas)

Hoy estuve viendo el programa de Erika De la Vega. Estaban entrevistando a nuestra versión marachucha de Cher: La botoxónica Lila Morillo. A esa jeva hay que reconocerle que ha sabido mantenerse ahí, aunque nadie le pare y aunque todos los días la maten por Twitter, esa mujer sigue en pie como sigue de inmutable su pollina (flequillo). Y entonces me di cuenta que yo de esa señora no me sé sino dos canciones, porque ni la fulana Jaula de Oro te la puedo tararear. 


El Moñongo y el Cocotero. Y entonces, al recordar el cocotero (hay que ver lo que hace una semiosis ilimitada), recordé que tengo un problema grave: Hay una invasión de cocos en mi casa. No de prótesis de silicón. De cocos, de esos que vuelan y suenan horrible. Y tengo que andar a oscuras, y escribir a oscuras (como de hecho ahora estoy haciendo) porque si no, los cocos me atacan de forma sádica y absolutamente terrorista. 


No sé qué demonios es lo que pasa por mi casa, no sé si es que hay demasiado monte (me imagino que también hay burda de gente que se lo fuma por aquí, pero me refiero a la grama) o es que las lluvias alborotaron a los fulanos insectos. Pero el asunto es que ya me tienen verde los bichitos. 


Porque no hay nada más fastidioso que un mosquito revoloteándote por la cabeza mientras intentas dormir... Ahora imaginemos el sonido de un coco sociópata que quiere acabar con la estabilidad de mis nervios. No, así no se puede. 


Yo ando en una onda pro-naturaleza, y tal. Pero quiero que los cocos me dejen dormir. Y ahora que lo veo eso de que el "coco" no te deje dormir, como que se vuelve una redundancia. Aunque yo nunca le tuve miedo al coco, sino a mis malos pensamientos. Sí, era así de dramática y puritana cuando era chiquita. 


Para mí tener malos pensamientos era pensar en drogas, básicamente. Estaba obsesionada con el tema, tanto que una vez llegué a pensar que mi madre escondía un kilo de cocaína en su clóset, cuando descubrí un paquete de yeso en polvo, porque estaban reparando una vaina en la casa. Hay que ser dramático y Delia Fiallo en esta vida. Hay que ver lo que hace ver demasiada televisión y noticias sin supervisión de un adulto. 


En todo caso... Que el único coco que debería perturbarme es el principal, el que sirve pa' pensar, pues. Porque los otros dos cocos, los que están por allá debajo del cuello, esos no me perturban, a diferencia de muchas mujeres de mi país. Esos salieron bonitos y naturales. Proporcionados, pues. Ya tengo suficiente yo con los pensamientos en mi coco, como para que además venga un endemoniado insecto con su aleteo a mil millones de kilómetros por segundo a perturbarme mi insomnio. 


Y entonces me di cuenta de que Disney (y Pixar) me volvió a engañar. Es mentira que un coco es así de cuchi como la mariquita de Bichos. Es mentira. Es una falsedad que se ven así de cuchis. ¿Por qué su empeño en engañarme? 


Esos panas revolotean muy cerca y yo a ellos no les he visto ni la primera pestaña digna de campaña de rimmel (como el panita de Bichos). Váyanse a fastidiar a otro, porque ya estoy harta de tener que ir al baño con los zapatos puestos en las manos, no vaya y sea que me toque protagonizar una contienda épica contra ustedes. Ahí... ahí sí se me va el espíritu verde. 


PD: Este post fue escrito bajos los efectos del nerviosismo por un posible ataque de un coco kamikaze. Por eso la inconexión y evidente locura de madrugada. 

1 comentario:

Agnes dijo...

jajajajajaja definitivamente la semiosis ilimitada nos marcó la vida a todos los estudiantes de Max Romer

Ana Gondar