lunes, 18 de febrero de 2013

Mientras el celular siga en coma...

Si hay algo que debo agradecerle a mi comatoso celular es la oportunidad que me dio de desconectarme un poco del mundo. Estaba absolutamente adicta al aparato ese, y probablemente cuando vuelva continúe mi adicción - porque eso de los vicios a mí se me da de un bien - pero por ahora, me siento casi liberada. 

De no ser porque mi trabajo implica una computadora, y porque tengo el vicio (sano o no) de escribir y postear, me sentiría casi libre de los códigos binarios. Ya en algún momento dije que mi Internet apesta, y por tal razón yo no disfruto ni conozco de las artes de la piratería cibernética al mismo nivel que mis congéneres. A saber: no puedo usar Cuevana o cualquier otro medio para adelantarme a la retrógrada programación de mi país, y estar al día con la cartelera cinematográfica del mundo real (ese donde las cosas están al día), ni mucho menos de las series. 

Por eso recurro a viejos métodos de entretenimiento. Es decir, compro las películas, las pido prestadas o leo libros. Y durante carnavales pasó algo maravilloso: fui a la playa. A mí se me había olvidado lo que era ese sitio. Cuando regresé de Inglaterra estaba casi tan transparente como un papel celofán, y diría que medio verdosa. Fui a la playa, y la excelente gestión de Corpoelec me regaló unos apagones gloriosos que nos hicieron devolvernos. 

Desde Semana Santa del año pasado no iba. Aquello me parecía la tierra de los Munchkins cuando Dorothy abre la puerta de su casa después del tornado. Recordé lo que es, en efecto, relajarse y ponerse cual teja al sol. Una cosa increíble eso de las palmeras, la arena y el mar. No tan increíble las bombitas de agua, y el gentío. Me siento un poco estafada por Celia Cruz, ella en ningún momento habló de eso en su canción. Celia, querida, si la vida es un carnaval, debiste advertirnos de la gentarada buscando un puesto con su toalla y peleándose por las tumbonas a la orilla de la piscina. Pero te lo perdono, porque eres tú. 

Además de trabajar de noche (siempre lo he hecho así desde que trabajo en la casa), decidí que ciertas noches las dedicaré a mi educación audiovisual, y por eso veré películas que siempre he querido ver, o me daré el chance de volver a disfrutar de una serie. Y entonces retomé Grey's Anatomy y todo mi propósito su fue al caño. Lo intenté con Glee, y ya no hubo vuelta atrás. 

¿Qué pasó ahí, mis reyes? Shonda y Ryan tuvieron tremendos rollos en sus vidas para que esto pasara. No entiendo cómo es que los gringos se burlan de las telenovelas latinoamericanas, y hacen lo que están haciendo con McDreamy y su combo. Además, asumamos con dignidad que no tener Mark Sloan implicó la renuncia de muchas fanáticas. Demasiada matazón. Lo que le falta a Meredith es quedar paralítica e ir presa. Porque ya el bebé lo perdió una vez. 

Y con respecto a Glee, su calidad es inversamente proporcional al color natural de piel de Lea Michelle. Reinita, gorda, cuchi, mi amor... Déjalo ir. El fake tanning y la serie. Nadie llega a ninguna ciudad tan reconocida como NY y trabaja en Vogue porque se viste bien, Ryan. Nadie. Y, lo certifico, nadie  - bueno, ninguna mujer heterosexual - estudia teatro musical y se consigue un novio como el actual arrejunte de Rachel. Eso va en contra de la naturaleza del género (la gente que estudia teatro musical entiende a lo que me refiero). 

Decido irme entonces por el celuloide. O bueno, el DVD. Y pongo Lincoln. Me desperté esta mañana sin saber qué había pasado. Recuerdo que iban 40 minutos de película y no había pasado nada. Asumo que mi cerebro se apagó como medida de seguridad ante tanto aburrimiento. 

No fueron buenas elecciones. Pero al menos vi Beasts of The Southern Wild y Les Miserables. Y eso ya me preparó para la alfombra roja. 


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