miércoles, 6 de febrero de 2013

Siempre será extraño

Resulta que yo me estoy haciendo cada vez más vieja. Hace más o menos una semana fui a la UCAB porque tenía que reunirme con una nena (la pobre no sabe de quién fue víctima) que me pidió asesoría para su tesis. Sí, alguien en el mundo piensa que soy lo suficientemente seria y coherente para dar consejos académicos. 

Y volver a la católica siempre será una experiencia súper extraña. Todo sigue prácticamente igual, en esencia. Exceptuando que ahora hay una biblioteca supersónica atendida por robotina, y que estaba  en el primer ladrillo cuando yo estudiaba ahí. Exceptuando el hecho de que ya nadie me conoce ahí, porque... yo fui estudiante de la UCAB hace 11 años...  Hace 11 empecé en Letras y hace 10 me cambié a Comunicación Social. Evidentemente nadie me saluda en ninguno de esos rincones, salvo contadas excepciones casuales. 

Y entras en trauma, inevitablemente. Te da como un sustico cuando sabes que alguien te pide consejo, porque es que, bueno, tu tesis tal cosa. Ya luego de un rato te das cuenta de que tu (mi) tesis fue un arrebato de locura, producto de una necesidad de sentir que se hizo algo útil, y al final sólo se convirtió en un asesinato masivo a los árboles del Amazonas. 

Y entonces te conviertes en una nueva dentro de una Universidad que viviste por doce horas diarias durante cinco años. Y te vas a algún banquito que quede frente a módulo 4, porque acabas de comprarte un Nestea y es lo que queda más cerca. Porque ya la torta de chocolate con chocolate y más chocolate está demasiado cara. Y entonces te sientas ahí, solita. Y escuchas las mismas conversaciones de siempre. Un pana explicándole a una amiga que es normal su reacción en la primera fumada de marihuana, una despechada por el tipo que no le para, lo negro del alma de tal o cual profesor. 

Y te reflejas. Te ves reflejada, de alguna forma, en cada persona. Incluso en los que ya vuelven a tener el jardín cercano a la biblioteca para darse amor o armarse una escenita. Y te acuerdas de tus escenitas, de tus preocupaciones, de la terrible angustia por algún asunto emocional (en mi caso, la angustia académica nunca estuvo de primer lugar). 

Y llega un día como ayer, y cumples cuatro años de graduada. Cuatro. Y todo el mundo se pone cursi, y te recuerda con cariño. Ese día se acuerdan de ti. Y te das cuenta de que evades el espiche de alma que implica no tenerlos en el día a día. Y te construyes la coraza. Y escribes cosas cómicas. Y te angustias porque estás vieja. Pero agradeces que no sean todavía cinco años. Los múltiplos de cinco tienen como una carga más heavy

Y así cumples cuatro años de graduada. Y no los celebras porque tu estúpido celular juega con tus sentimientos más de lo que lo puede hacer el personaje de turno. Porque muchos se han ido, porque te escondiste y de repente nadie sabe donde está mucha gente. Porque todos cambiamos, porque todos somos más tecnológicos, y en el fondo, seguimos siendo lo mismo. 

Y entonces te levantas del banquito, agarras camino a tu casa. Y ya, al día siguiente haces otra cosa. 

No hay comentarios: