jueves, 11 de agosto de 2011

Con la gracia de una Guayaba

Yo soy latina, y cualquier intento europeo en mis gustos por el arte no van a cambiar el hecho de que mi sangre está hecha con un poquito más de sabor. Es así. Parte de la divinura de ser latina y de provenir de un país tropical está en la sabrosura de nuestros cuerpos, pero también de nuestras comidas. 


Yo amo las frutas tropicales. Amo sus colores, su frescura y su sabor dulzón, en la mayoría de los casos. 
Yo sé que cuando me vaya a Europa, algún día, daré mi vida por un jugo de mango o por engullirme una parchita (maracuyá, fruta de la pasión) con azúcar. Era una de las cosas que más disfrutaba en mi infancia. Engullir frutas  (porque las comía tan rápido que ni las masticaba) y parecer un cuartico de "coctel de jugos", como los que venden en la panadería, luego de haberme empegostado con la víctima de turno. 


Es probable que si alguien que me conoció en la infancia lee esto, diga que es mentira. Pero sí, es verdad. Las cosas que disfrutaba las ocultaba. Por eso nadie sabe mi amor por las frutas y su empegoste. 


Las frutas tienen, por supuesto, su lado erótico. Porque no hay nada más cliché que la escenita de las fresas con champaña, con chocolate, con lo que venga. Y eso tiene una carga de erotismo. Hasta en "La Laguna Azul" hay una parte donde la panita virginal se come alguna fruta tropical, pero la carga semiótica es otra. 


Todo lo que tiene que ver con lo tropical tiene un asunto sexual implícito, por alguna razón. Hasta las frutas. Todo. 


Menos la guayaba. 

Hace mucho tiempo, estando en el grupo de teatro de la universidad, uno de mis compañeros acuñó la frase "Con la gracia de una guayaba", luego de que alguien entrara a escena y se cayera, o hiciera algo con la agilidad de un burro manco. Desde ese momento, he utilizado la frase, por lo menos, 8542 veces en mi vida (amo decir ese número, no sé por qué). 


Y es que es verdad. La pobre guayaba llegó tarde el día en que le repartieron el sex appeal al resto de las frutas que nacen por estas zonas. Ya expliqué lo de las fresas. Ni se diga la parchita o maracuyá, por algo le llaman el fruto de la pasión, aunque la pana no sea sexy, ya está signada con el nombre y siempre que la pasen en televisión, le harán un acercamiento en cámara lenta con musiquita de porno barata para darle ese toque grrr que tiene su nombre. No me voy a referir al cambur (banana), porque es más que obvio con qué está relacionado. Y para ser explícitos, es mejor guardarse algunas palabras e ir a las acciones. 


Pero la pobre guayaba llegó tarde. La panita se despertó tarde, no le dieron el ticket, se confundió de día. Ella tiene su saborcito, pero no le gusta a todo el mundo. Y no conozco a nadie que se coma una guayaba de forma sexy. 


La guayaba está en desventaja. 

Ya lo decía Andrés López. El jugo de guayaba es el único que tiene la propiedad de salirse del recipiente que lo contenga y enchumbar todo lo que le rodee. Es el jugo por excelencia de la infancia. O sea, está relacionado con la infancia. Asexual por antonomasia. 


Yo tengo la gracia de una guayaba. Ya quedó claro que soy un sapo verde y que considero que tengo el atractivo sexual de una ameba. 


Yo llegué tarde al asunto del método de seducción y posterior apareamiento. En serio no te tengo ese chip en el cerebro. Puede que todos los latinos sean bonitos, sexys, gráciles. Yo llegué tarde a la repartición. 


Yo no me compré el talonario de la rifa de Fe y Alegría que traía ese premio. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, te refiero a tu propio post "revista tú a la orden" para que te dejes de tonterías...